Ya he asumido que voy a estar escribiendo relatos hasta noviembre pero no pasa nada. Continuamos con el reto de Aquila Inferna sobre relatos mitológicos. En esta ocasión la protagonista es Medea, uno de mis personajes favoritos de la mitología.
El cántico de Medea
El crepitar del fuego llenaba el aire mientras Medea observaba la ciudad de Corinto desde lo alto
del acantilado. El viento arrastraba el eco de las risas, las celebraciones del matrimonio de Jasón
con la joven Glauca. Aquella traición había sido como una daga en el corazón. Había dejado atrás
todo por él : su hogar, su linaje, su honor. Ahora estaba exiliada en el rincón más oscuro de su alma,
que anteriormente estuvo llena de amor y esperanza. Actualmente hervía con odio.
Medea murmuraba antiguos hechizos, palabras olvidadas por los hombres. El poder oscuro fluía por
sus venas. Con cada sílaba , sentía el latido del destino tejiéndose en torno a ella. En sus manos
había un diminuto frasco de veneno, tan letal como su ira.
“¿Es esto lo que he llegado a ser?”, pensó. Solo era una sombra entre los vivos, una madre
condenada a perderlo todo. Miró hacia la mansión donde sus hijos jugaban despreocupados, ajenos
a aquella tragedia. No podía salvarlos ni de Jasón ni del destino que les aguardaba. El dolor le
consumía a fuego lento.
Avanzó con paso seguro hasta el castillo. Ocultaba bajo su capa el veneno y sus intenciones.
Aquella boda se desvanecería igual que el juramento de Jasón. Aquel amor se había convertido en
cenizas. Estaba dispuesta a consumir todo a su paso.
Cuando abrió la puerta del gran salón, los invitados de la fiesta se volvieron hacia ella. No fueron
capaces de ver el peligro hasta tarde. Nadie escapa de la furia de una madre traicionada.
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