Donde caben dos, caben tres









Ana y yo nos conocimos en el verano de 1996, lo nuestro fue una amistad sincera e infantil, pero poco a poco empecé a enamorarme de ella. Aunque pensamos que iba a ser un amor que se encendiera solamente en verano ,nos volvimos a encontrar 20 años más tarde en la universidad de Granada. Yo estaba estudiando Derecho y ella Bellas Artes, dio la casualidad que nuestras facultades estaban en frente. A medida que pasaba el curso universitario, empezaba a darme cuenta de que tenía a la mujer de mi vida en frente de mi.
Cuando acabamos la carrera, la pedí matrimonio, ella dio el si quiero vestida de un blanco tan puro como el hielo del invierno. Fue una ceremonia intima con sus padres y los míos. Vivir con ella era maravilloso, como si estuviera viviendo en un amanecer constante. Pero un verano, mi vida cambió por completo.
-Cariño, tengo que decirte algo.
Empecé a preguntarme que era aquello que tenía que decirme y a temer lo peor. Nuestro matrimonio iba bien aunque a veces discutíamos por cosas con las que no estábamos de acuerdo, pero yo sentía que teníamos la chispa del primer día.
-¿Ocurre algo?
Su cara se veía iluminada por una ilusión placentera, tenía la expresión de una niña pequeña esperando los regalos el día de Navidad.
-Lucas- dijo mi nombre pausadamente- vamos a tener un bebé.
En ese momento me abrazo, yo no sabía cómo sentirme, tenía una lucha interior entre la alegría de tener un hijo con la persona que amaba y el miedo por no saber cuidarlo. Una pequeña bola de pelo y carne que soltaría mocos y se haría caca encima, llegaba a mi vida. Tendría nueve meses para hacerme a la idea de que iba a ser padre, nueve meses largos en los que Ana iba a engordar y a llevar a nuestra pequeña o nuestro pequeño en su vientre.
La bese y dije intentando contener el miedo, aunque sabía que ella me conocía tan bien que intuía que me aterraba la situación.
-Vamos a ser padres, vas a ser una buena madre, te lo prometo
-Tú mismo lo has dicho, estoy segura de que los dos podremos darle lo mejor a nuestro hijo.
Los meses siguientes pasaron con excesiva tranquilidad. Cada vez que llegaba de dar clases en la universidad, le daba un beso a mi esposa y me entretenía hablando con ella. A veces me contaba las cosas que habían hecho. El caso es que a mi preciosa esposa, de la cual me había enamorado el verano de 1996 le sentaba de vicio la barriga de cuatro meses y medio y cada día estamos más enamorados.
La verdad es que fue un embarazo muy tranquilo, a los siete meses cuando nos preguntaron si queríamos saber el género del bebé, supongo que para ir acordando entre nosotros algún nombre tanto si era chico como si era chica.
-¿Queremos saberlo o que sea sorpresa?- me preguntó ella cuando el médico se había ido a buscar los resultados de las pruebas.
Resultó que iba a ser niña, quedaban dos meses y yo casi no tenía nervios, bueno sí, para que mentir, estaba aterrado
-¿Qué te parece Lana.
-No, no me convence.
-¿Y Diana
-Me gusta, pero me gusta más Marta o Alba

-No puedo llamar a mi hija Alba, no me gusta
-¿y Paula?
-Paula es bonito- apoyó las manos en la barriga- Me gusta Paula
Sonreímos y le besé la frente
Paula nació el 24 de junio, la noche más corta del año, fue casualidad que ese mismo día, en 1996 nos conocimos su madre y yo pidiendo deseos frente a la hoguera. Era la niña más bonita del planeta, con esas sonrojadas mejillas y esos rollizos pies. Cuando la miraba, todos mis miedos desaparecían. Su madre sonreía a la pequeña como si fuese un ángel caído del cielo, pues lo era, nuestro pequeño ángel.
La cogí en brazos, llorando de la emoción que me suponía ser padre ¿o era del miedo? No lo recuerdo muy bien. El poder admirarla me suponía entrar en un estado de sueño constante, excepto cuando se ponía a llorar como si la hubiese poseído un demonio, ahí no nos dejaba dormir tranquilos.
Ya había cumplido un año cuando viajamos a Tenerife por su primer verano, a su madre se la veía feliz mientras la observaba jugueteando en la piscina que le habíamos construido con arena. El sol se ponía y el cielo estaba anaranjado, haciendo juego con el pelo de mi preciosa esposa. No pude evitar sentirme dichoso porque el destino me había dado una mujer maravillosa, que estaba ahí en los momentos más difíciles, que habían sido muchos.
Ana se levantó del sitio donde estaba y fue hacia la pequeña, con esa sonrisa inocente que había puesto el mismo día que se había enterado de la llegada de Paula a nuestra vida. Admiro la fuerza de voluntad que tiene, ella estuvo al pie del cañón cuando yo necesité su ayuda, no solo con lo de ser padre, sino también porque antes de conocerla, tuve una racha muy mala con mi primera novia y estuve sumido en un miedo constante al amor. Ahora tengo claro el significado de la palabra tranquilidad, tengo claro que ella va a estar ahí aunque le diga que se aparte para no dañarla y también sé que la quiero como el primer día en que la vi, con ese vestido en la playa de San Juan, mientras las llamas le iluminaban el pelo anaranjado.
Sin duda, donde caben dos, pueden llegar a caber tres y creo que si tuviese que elegir, elegiría a mi mujer y a mi hija por encima de todo. Porque ellas me han traído la felicidad plena, ellas son todo lo que necesito para vivir.
-Lucas- Me encontré a Ana tumbada otra vez en la hamaca donde estaba antes de ir con Paula- Sabes que te quiero más que a nada en este mundo ¿No?
-Por supuesto, mi pequeña ratona- junte su nariz con la mía- Yo te quiero de aquí al infinito, siempre te querré.

Donde caben dos, caben tres Donde caben dos, caben tres Reviewed by Lucía Garcia on noviembre 19, 2019 Rating: 5

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