[Twitchtober:] Día 4. Metamorfosis (Clitia)

Foto de Mike Marrah en Unsplash

Hola lectores. 

Continuamos con el cuarto día del Twitchtober en el que Hattoart propuso el tema de Metamorfosis y a pesar de que hay muchos mitos que hablan de eso en la mitología griega y romana yo escogí el personaje de Clitia. A continuación os cuento quien es Clitia. 

Clitia era una joven y hermosa ninfa de agua, hija del dios Oceáno y de la diosa del mar, Tetis, que se enamoraría perdidamente del dios del sol, Helios, y de la luz que este desprendía cada vez que pasaba sobre ella con su carro de fuego por los cielos.

El relato que he escrito se llama El llanto de los océanos. Os lo dejo en esta entrada para que lo leáis y lo disfrutéis.

El llanto de los océanos.

Clitia, hija del Océano y de la ninfa Eurínome, llevaba en su semblante la serenidad del agua y la tristeza de la melancolía. Nadie podía decir si el anhelo provenía de su linaje marino o de un deseo nunca colmado. Cada día aguardaba, inmóvil, el paso de Helios, el dios del Sol, que surcaba r el cielo con el carro de fuego.

Al principio Helios reparó en ella. Sus rayos descendían con dulzura sobre la joven, bañada en calor y luz. Clitia sentía que su vida cobraba sentido en ese instante en el que él parecía elegirla. Todo ardía con esperanza.

Por desgracia, Helios era voluble. Se enamoró de otra joven mortal y su calor dejó de abrazar a Clitia. Ella, incapaz de soportar aquel dolor, se dejó consumir con la pena. Pasaba los días en la tierra desnuda, sin probar ni un bocado y sin emitir ningún sonido. Solo seguía con los ojos el rastro incandescente del carro solar.

Los dioses, conmovidos por aquella devoción desesperada, decidieron transformarla. Sus pies se hundieron en la tierra, sus cabellos se tornaron pétalos, y su rostro se abrió hacia el cielo. Su destino es seguir al sol.

Así nació el primer girasol, sus pétalos de un amarillo ardiente eran los guardianes del resplandor que alguna vez Helios le ofreció Aunque su cuerpo había cambiado, su mirada permanecía fija: : no podía apartarse del camino del astro que la había marcado para siempre.